4 de febrero de 2008

Tres eran, tres...

3 son, 3... los tomitos que me faltan para concluir la lectura de Monster.

3 semanas intensísimas han pasado desde que comencé a leer esta maravilla, 3.300 páginas de intrigas y cliffhangers, unas 15.000 viñetas repletas de personajes carismáticos. Horas y horas de diversión y entusiasmo.

¿Y cómo me siento ahora? Emocionado y miedoso.

Emocionado (en términos de ocio) como no estaba desde hace meses, cuando me acercaba al final de la primera temporada de Prison Break. Como hace un par de años, cuando tuve que esperar 12 larguísimos meses para saber qué pasaría con Frodo, Sam y compañía. Qué decir... Me paseo (tranquilo pero imparable) por la treintena y sigo emocionándome como un chaval cuando un autor maneja con arte los recursos adecuados.

Y me encanta. Y necesito expresarlo, de ahí este post.

Pero una vez más estoy muerto de miedo. ¿Me satisfará el final? ¿Se resolverán todos los cabos sueltos? Y en cualquier caso, ¿sufrirá mi admirado doctor Tenma? ¿Qué pasará a la pobre Nina? ¿O a la confusa Eva Heinneman? ¿Fue capaz Naoki Urasawa, el papá del monstruo, de hacerles daño después de tantos años en su compañía?

Y, pase lo que pase, nadie me librará de la parte más dolorosa. Porque voy a echarlos muchísimo de menos a todos. Como eché de menos al plantel completo de A dos metros bajo tierra una vez terminó la 5ª temporada con un capítulo ante el cual era imposible no soltar una lágrima. O dos.

Porque cuando te dejas absorber por una historia, y cuando ésta está bien hecha, llegas a trabar amistad con unos seres que se vuelven tan reales como tú. Sufres con ellos, ríes con ellos, y sabes que la despedida será triste. Aunque mejor es despedirse para siempre que no ver cómo les deteriora el paso del tiempo y la explotación poco escrupulosa.

¿Y qué conyo estoy haciendo escribiendo ésto y no lanzándome a esa lectura final?


Pues cagurrearme de miedo. Allá voy...