7 de diciembre de 2006

Mis cómics, los guionistas y yo


En los 80 todo era más fácil.

Conocía a un guionista o dos. Estaba Chris Claremont en la Patrulla-X, que me encantaba, y también Louise Simonson, que me aburría bastante. Me sonaba un tal Peter David, también Larry Hama… y luego estaban los raritos, Ann Noncenti, Frank Miller, Alan Moore... Me gustaban sus historias, pero yo sólo compraba mutantes.




Luego llegaron los desastrosos 90.

Mientras me iba aficionando a los guionistas raritos, los demás parecían haber sido abducidos. Claremont ya no estaba y los mutantes estaban escritos por dos desconocidos bastante insulsos, Fabián Nicieza y Scott Lobdell. Por otro lado, los otrora grandes dibujantes estrella de Marvel se dedicaban a abocetar historias en sus propias editoriales y contrataban a excompañeros de instituto o familiares para escribir los diálogos.

Yo sabía que existía algo llamado Vertigo, y que allí Neil Gaiman o Grant Morrison estaban escribiendo cosas realmente interesantes, pero lo mío eran los superhéroes, y lo único que se me ocurrió hacer fue ir abandonando poco a poco mis colecciones habituales.


Entonces, a finales de los 90, alguien se dio cuenta de que el mundillo comiquero se venía abajo.

Y menos mal. Los guionistas comenzaron a cobrar importancia. Los raritos ya no eran tan raritos, o yo había crecido un poco, y además empezaban a sonarme nombres nuevos como Garth Ennis o Warren Ellis, fáciles de recordar al asociarlos con títulos de cierto éxito.

Pero de aquella época (y principios de la década del 2000) también recuerdo a un grupito de guionistas a los que siempre me ha costado distinguir: Joe Kelly, Joe Casey, Steven T. Seagle, Jeph Loeb, Greg Rucka, Ed Brubacker, Geoff Jones, Paul Jenkins, Peter Milligan… Todos provenían de Vertigo, donde supuestamente habían hecho grandes trabajos, y todos acababan haciendo aburridos cómics de encargo. Milligan, al menos, destacó enseguida por encima de los demás, y no porque sus cómics de encargo fueran mejores, sino porque comenzaba a acumular un gran cantidad de buenos guiones en sus obras más personales.


Y llegó el siglo XXI.

La era de los guionistas estrella. La era de los autores provenientes de la literatura, la televisión o el cómic independiente. Hacer una lista de los principales guionistas actuales sería interminable, hay demasiados. A los de las décadas anteriores se han ido sumando Kevin Smith, J. M. Straczynski, Joss Whedon, Mark Millar, Brian Bendis, Brian Vaughan… y últimamente Bill Willingham, Allan Heinberg, Dan Slott, Robert Kirkman...

Por su parte, Claremont o David sobreviven como pueden por ahí, y Loeb se ha convertido incomprensiblemente en una superestrella. Moore, Miller y Gaiman apenas escriben, mientras que Morrison escribe demasiado como para mantener el buen nivel.

Y por encima de todos, Millar, Bendis o Straczynski aprovechan su momento vapuleando, con su mejor intención, a los personajes que tanto disfrutaron de pequeños mediante constantes golpetazos de efecto, variopintos cliffhangers e incoherentes revisiones del pasado que además pretenden encajar con la continuidad. Estamos mejor que en los 90, pero este explosivo estilo acabará cansando tarde o temprano.


¿Y qué vendrá después? Allí estaremos para leerlo...